En febrero de 1997, en el suplemento cultural del Diario ABC, ocupando la portada y en páginas interiores apareció la historia de Marga y Juan Ramón Jiménez; así quedó desvelado un secreto cuidadosamente guardado durante 65 años.
Marga Gil Roësset nació en Madrid. Era escultora y dibujante, hablaba cuatro idiomas, una criatura extraordinaria que deslumbró en el Madrid cultural de la época. De naturaleza enfermiza, hasta el extremo de que los médicos la desahuciaron, pero el tesón de su madre y el convencimiento de que por medio del amor podía sacarla adelante la salvaron. Aprendió dibujo en el estudio López-Mezquita y con sólo 12 años ilustró un cuento de su hermana titulado, El niño de oro (1920), experiencia que repitió con Rose des Bois (1923). A partir de ese momento se dedicó casi exclusivamente a la escultura.
Una exposición en el año 2001 en el Círculo de Bellas Artes y numerosos artículos en prensa rescataron del anonimato y del territorio de la leyenda a la escultora joven y genial artista que añadió emoción a la forma desnuda
En un sobre cerrado y a nombre de "Lo de Marga", tenía Juan Ramón en Puerto Rico, entre otros, el siguiente texto:
Habíamos llegado a las Rozas a las 9 y 1/2, después de buscarla en vano por Madrid. Estaba en la mesa de operaciones de la Clínica de Urjencia Omnia. Un tiro en la cabeza, con la belleza no destrozada, descompuesta. Su mano estaba caliente, latía su pulso. Sangre a borbotones por la boca, la frente vendada de gasa. Una mirada ancha dilatada, salida, pero ¿sin ver?
Está enterrada en la Rozas. Un corralillo cuadrado con algunos cipreses. Fue llevada en hombros en su caja blanca llena de rosas. El forense le hizo una autopsia de hora y media y cuando salió llevaba el zapato de lona con sangre de Marga. Pasaban trenes por un lado, coches por otro. La fosa tenía tres metros de honda. A las 8 le echaron la primera tierra, con un ocaso amarillo miel tras el Guadarrama morado.
Si pensaste al morir que ibas a ser bien recordada, no te equivocaste, Marga. Acaso te recordaremos pocos, pero nuestro recuerdo te será fiel y firme. No te olvidaremos, no te olvidaré nunca. Que hayas encontrado bajo la tierra el descanso y el sueño, el gusto que no encontraste sobre la tierra. Descansa en paz, en la paz que no supimos darte, Marga bien querida.
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