domingo, 21 de noviembre de 2010

RECUERDO DE LEONOR. "A José María Palacio"

Tumba de Leonor (Cementerio El Espino, Soria)


A JOSÉ MARÍA PALACIO

Palacio, buen amigo,
¿está la primavera
vistiendo ya las ramas de los chopos
del río y los caminos? En la estepa
del alto Duero, Primavera tarda,
¡pero es tan bella y dulce cuando llega!…

¿Tienen los viejos olmos
algunas hojas nuevas?

Aún las acacias estarán desnudas
y nevados los montes de las sierras.

¡Oh mole del Moncayo blanca y rosa,
allá, en el cielo de Aragón, tan bella!

¿Hay zarzas florecidas
entré las grises peñas,
y blancas margaritas
entre la fina hierba?

Por esos campanarios
ya habrán ido llegando las cigüeñas.

Habrá trigales verdes,
y mulas pardas en las sementeras,
y labriegos que siembran los tardíos
con las lluvias de abril. Ya las abejas
libarán del tomillo y el romero.

¿Hay ciruelos en flor? ¿Quedan violetas?

Furtivos cazadores, los reclamos
de la perdiz bajo las capas luengas,
no faltarán. Palacio, buen amigo,

¿tienen ya ruiseñores las riberas?

Con los primeros lirios
y las primeras rosas de las huertas,
en una tarde azul, sube al Espino,
al alto Espino donde está su tierra…

Antonio Machado (Campos de Castilla, 1917)

Este poema que proponemos para el comentario crítico pertenece la serie de textos escritos por el poeta sobre la muerte su mujer, Leonor Izquierdo. Debemos destacar dos aspectos para su comprensión: la visión emotiva de las tierras castellanas, elemento habitual de los autores noventayochistas, y la aparición de elementos autobiográficos que dificulta la interpretación de ciertos poemas.

Pero, ¿quién era José María Palacio? Un amigo de Machado (y a la vez pariente de Leonor), que reside en Soria.

Para profundizar y contextualizar el poema te indicamos estos materiales:

1. Biografía de Leonor Izquierdo.
2. El influjo de Leonor en la obra de Antonio Machado (Jesús Bozal Alfaro). Un estudio bastante completo sobre la importancia de Leonor en la poesía del poeta.
3. Antonio Machado en Soria. Página que estudia la estancia de Machado en la ciudad castellana. Algunas secciones se dedican a la relación con Leonor.
4. José María Palacio recuerda la figura de la esposa de Machado. Testimonios de la época en los que se descubre la especial devoción de Machado por Leonor.
5. Testimonios sobre Antonio Machado. Reproducimos el texto (Fuente)


Dos días en Soria

En la “Soria fría, Soria pura” del verso famoso, el silencio era más denso, más profundo que en Segovia, la vida más silente y de ritmo más tenue –no había alcázar ni cadetes, cosas de suma importancia que no pueden ni deben prodigarse- y el cielo estaba más alto que en Segovia y tenía más luceros.
Soria era decorado más a tono con el poeta de las “Soledades” y las “Galerías”; por más severo y desnudo que el de Segovia. Digo decorado por como todo hombre que no es cualquiera, uno de tantos de los que pertenecen al gárrulo mundillo de los plurales, necesita un decorado singular para su singularidad. Decorado para el personaje que es todo hombre de mucha y auténtica personalidad.
En Soria el ser, estar, sentir y pensar de Antonio Machado se acentúan y perfilan. Influencia del decorado en el hombre. En Soria Antonio Machado era más “silencioso y misterioso” que en otros decorados. Soria había sido su juventud de la que dan fe los versos de las “Soledades” y las “Galerías”, el aula fría del “humilde profesor“, la humildad de la casa que le cobija y en ella el amor saliéndole al paso: Leonor, la esposa –niña que se llevaría la muerte-.
“¿No ves, Leonor, los álamos del río
con sus ramajes yertos?...”
La esposa-niña a la que Antonio no olvidará jamás. Los hombres como Antonio no saben olvidar. Solo olvidan los necios, los superficiales, los deshabitados. Antonio, viudo, era ya don Antonio, al que los sorianos habían visto feliz porque paseaba del brazo de una mujer que se sonreía. Porque la amaba no podía seguir en Soria, donde todo, la “calle vieja”, los “álamos del río”, la “casa tan querida donde habitaba ella”, le recuerda el bien perdido. Y huía: a Madrid, a Baeza, a Segovia. Pero “su” decorado, el más identificado con su personaje –a pesar de que el poeta fue hombre serio y por lo tanto enemigo acérrimo del personajismo irrisorio- será Soria. Hoy, decir Soria es decir Antonio Machado.
Desde entonces tuvo un gran amigo que sonreía con tanta amargura como Heine y Larra. Se llamó Juan de Mairena.
Durante aquella mi primera estancia en la vieja ciudad castellana no vi las famosas ruinas de Numancia que cantara Cervantes con temple y acento de gran trágico, pero fuimos por un camino que don Antonio había paseado mucho: el de la ermita de San Saturio, que diole a Gaya Nuño tema para escribir un pequeño gran libro.
Y una tarde don Antonio me dejó en un café de no recuerdo qué plaza, diciéndome:
-¿Me permite usted que salga unos momentos? Volveré pronto.
El café era uno de esos viejos cafés provincianos –alto techo, alto mostrador, un par de columnas y en una de ellas la típica bola de metal pulido en cuyo interior el mozo guardaba el paño de limpiar el mármol de las mesas, diván corrido a lo largo del muro, espejos de lámina opaca para que, cuando el café está vacío, se contemplen en ella los fantasmas- que supongo habrá desaparecido y que yo preferiría, por su intimidad y campechanía, a la presuntuosa y fachendosa vulgaridad de las cafeterías de hoy.
Aquella tarde había poca gente en el de Soria. Una mesa la ocupaba un señor alto, cenceño, amojamado, que leía “El Sol”; otra la ocupaban cuatro jugadores de cartas; otra, yo, solitario.
Compadecido de mi soledad, se me acercaba el dueño del café.
- Buenas tardes.
- Buenas tardes, señor.
Considerándolo tal vez un defecto, preguntaba el cafetero: - ¿El señor es forastero?
- Forastero.
Y considerándolo una virtud, añadía:
- Pero amigo de don Antonio.
- Muy amigo.
- Vivió aquí en Soria unos años. Aquí se casó. Y aquí enviudó. Viene de cuando en cuando y nunca deja de visitar El Espino.
- ¿El Espino?
- El cementerio. Allí está enterrada Leonor, su mujer. Una muchacha muy linda y muy enferma. Estaba enamoradísima de él. Y él de ella.
El cafetero meneaba tristemente la cabeza. Las palabras del buen hombre hacía
más silenciosa, más solitaria, más opaca la tarde de la vieja ciudad.
Ante mi silencio preguntábame el cafetero tras una pausa de la que ni él ni yo sabíamos como salir:
- ¿No le he molestado al señor?
- No, hombre –protestaba yo- ni mucho menos. En Soria y de Soria nada puede molestarme.
Agradecía, casi emocionado, el cafetero:
- Gracias, señor.
Y antes de retirarse a su atalaya del mostrador, me aseguraba: -don Antonio es
muy sabio y muy bueno.
Cuando regresó el poeta no me dijo de dónde venía. Ni yo se lo pregunté. Únicamente quiso saber, como disculpándose por la tardanza: -¿Se aburrió usted mucho?
- No don Antonio. Yo no me aburro nunca.
Volví a verle otras muchas veces: en Madrid, en Segovia, en Soria. Y por última vez, en Barcelona, cuando la guerra llegaba a su último acto.

Luis Capdevila.
La Vanguardia Española.
9 de junio de 1972


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